lunes, 21 de mayo de 2007

Día de la Madre.

Todos los días, a las seis de la mañana debía estar ya en el diario y rutinario proceso de ayudar a sus tres hijas a levantarse, lavarse, vestirse, desayunar y salir a sus obligaciones.

Con el pequeño departamento en silencio, tenía que empezar a poner las cosas en orden, lavar, repasar, aspirar. Mientras tanto, preparaba el tradicional almuerzo de sopa, segundo plato y postre. Las mañanas eran para ocuparse de su hogar.

Sus hijas eran su obsesión, motivo de existencia y fuente de angustia eterna. Resultado perenne de tres experiencias de pareja con distintos hombres, que empezaron entre caricias, mordiscos, desnudos y risas, y concluyeron todas entre heridas, engaños y pleitos. Pero las "amaba, idolatraba y adoraba".

La mañana íntegra de cada día de su existencia era cuidar su hogar, luchar contra el desorden, el polvo y los olores ofensivos. Su ajetreo no paraba hasta la hora de almorzar. Solo entonces se sentaba y mientras inquiría respecto a cuanto habían experimentado en la jornada sus hijas y velaba por que coman lo suficiente, podía dar algún descanso a sus extremidades inferiores.

Por la tarde, a las dos, ella debía estar en su trabajo, atendiendo el encaminamiento de miles y miles de cartas, sobres y paquetes del currier en el que laboraba desde siete años atrás; horas de ir y venir sin mayor tregua, aportaban a cansarla un poco más. A las nueve de la noche ella ya estaba de vuelta en su hogar.

Hablaba con "sus niñas", coordinaba lo que necesitasen y sin mucho trámite, se dormía. O al menos lo intentaba.

Las noches eran muchas veces, tormentas de recuerdos y memorias de ansiedad: el problema de haber pasado por muchas experiencias íntimas y estremecedoras, es que a veces se unen y juegan con martirizar a la conciencia con particular insidia.

Todo acabó sin aviso de alerta: a veces, el cuerpo sometido a serios y constantes ataques, deja de responder y se rinde. Ella, madre atormentada, murió sola; minutos antes de las ocho, mientras peleaba con el desorden del cuarto de sus hijas y el rayo de la ira y la decepción: por descuido, su segunda hija había dejado entre sus ropas, una carta a su padre, rogándole que la lleve a vivir con él y su familia, en el barrio este; "ya no aguanto a mi madre" decía el cruel e impúdico papel, firmado y besado por su hija.

Debe reconocerse que murió con honor: luego de leer la invocación de su final, pese a su ira, decepción y arrebato, tuvo la delicadeza de doblar la carta, ponerla en su sobre original e introducirla en el bolsillo del cual cayó, así "la nena no sabría la decepción que le produjo..."
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sábado, 19 de mayo de 2007

América precolombina, hoy.

En Sudamérica, mientras en tierras capitalistas se discute sobre el problema derivado del excesivo consumo de grasas saturadas, en los instantes que se emplea en terminar de leer el presente párrafo, sucumben a la desnutrición y la ignorancia uno o dos niños como mínimo. Esos casos no son noticia, por ende no se publicitan.

En Sudamérica, en nombre del socialismo y la equidad social, o en el del capital y libre empresa, se han cometido atrocidades que tampoco se divulgan; traen consecuencias serias a quienes las hacen públicas.

En Sudamérica, existen ritos y cosmovisiones precolombinas astutamente enmascarados en la bruma idólatra, de una iglesia hegemónica de dioses de palo, cerámica, pinturas y ayates.

Las condiciones, intenciones y víctimas de la sobrevivencia de la teología pre colombina no son noticia, por el sencillo hecho de que no se quieren ver e invocan terrores ancestrales y de extremo pavor, inseparable del inconsciente colectivo.

En cuanta pirámide o estructura elevada construida por Mayas, Moches, Chibchas, Incas se descubra, se derramó sangre con intenciones sacrificales y nutricias. Quien crea que la llegada de los europeos a América terminó con la barbarie caníbal tan extendida por el continente americano, se equivoca cualitativamente: la práctica ritual del sacrificio humano y su posterior ingesta, existe aún en Bolivia, Perú, el norte de Chile y Ecuador. En los Andes se mantiene el rito y el sacrificio humano como fundamento de súplica a la teogonía precolombina.

Tan es así, que siete noches atrás, anhelando el cargo de Viceministro de Gastos Públicos, llevado por viejas creencias inconscientes de mi alma mestiza, gasté más de dos mil dólares de mis personalísimos fondos propios, para financiar una "mesa" para el Quchu. El trato era que le ofrecía su mesa negra (lo que significa comer para y con él) a cambio de mi nombramiento, que ese momento realmente parecía algo en extremo difícil, dada las intenciones de muchos capos del partido.

Han pasado las cosas mas alucinantes que jamás pensé atravesar: fue la semana mas extraña de mi vida, participé de un infanticidio, tuve que mascar y deglutir varios bocados de carne humana, me obligaron a beber alcohol puro y perder la conciencia por varias horas de las que ignoro todo, me vi forzado a montar una serie de mentiras para mis familiares, y fui sorprendido tres días después de la "mesa", con la designación viceministerial convenida.

Hoy en día hago lo posible por sacar el mayor provecho de este importante puesto ministerial, trato de olvidar al sacrificio; mas lo peor de todo es que misteriosamente estoy perdiendo rápidamente peso, por que cada vez que me siento a comer, me vuelven el olor y el sabor del sacrificio al Quchu y siento horrendos e inconfesables antojos que anulan mi apetito.
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El vecino del trombonista aficionado.

Compró las láminas de cobre, el cautín eléctrico, una regla de acero, cuchillas, soldadura y detalles menores, pagó al contado y se dirigió a su improvisado taller.

Sobre la mesa, descansaba el microondas desmantelado parcialmente. Puso música en volumen bajo, y al heroico son de Wagner, trabajó concentrada y metódicamente. El magnetrón era la parte fundamental, en lo posible debía evitarse desmontarlo o alterar sus circuitos. Con metódico esfuerzo, dibujó y cortó un cono perfecto de lámina de cobre, lo soldó y montó en un panel de fibra que adaptó con abrazaderas y tornillos, respetando la estructura básica del horno de alta intensidad.

Estuvo toda la tarde y parte de la madrugada trabajando en su engendro. No pudiendo concluirlo, dejó todo y se fue a dormir. Solo cuatro días después pudo retomar su trabajo; en tal oportunidad se mantuvo trabajando hasta darse por satisfecho. Movió el aparato, ya concluido, a la parte superior de su casa.

A partir de ese fin de semana, todas las noches, furtivamente, se dirigía a la buhardilla, revisaba el aparato y lo prendía con su máxima intensidad, programándolo para emisiones intermitentes de cinco minutos con lapsos de tres para toda la noche. La factura mensual de electricidad no le importaba en este caso.

A los veinte días, sus intenciones se vieron satisfechas, los vecinos desocuparon la casa de al lado, por grave enfermedad de ambos padres. ¡Ya no debía soportar un trombonista chapucero intentando aprender -sin éxito- alguna pieza completa!.

La exposición a microondas puede desencadenar gravísimas afecciones en los organismos en general; el engendro responsable de la crítica situación del músico aficionado y su esposa, nunca hubiese sido descubierto si no hubiese sido por el gato de los afectados vecinos. Al verse sin amos y abandonado, buscó cobijo en la buhardilla del lado; en determinado momento -asustado por un ruido- se colgó del cordón eléctrico que alimentó el arma improvisada, lo rasgó y generó un cortocircuito, que dio lugar a un incendio.

El cuerpo de bomberos informó a la policía: el origen del fuego fue un cortocircuito generado en un horno de microondas adulterado, muy posiblemente convertido domésticamente en un arma criminal, del cual los propietarios de la casa, deberían dar explicación oficial.

El gato de la justicia salvó su vida, escapó a tiempo del incendio e ignora el hecho de que el neurasténico vecino, hoy es juzgado por varios cargos graves, los cuales jamás se hubiesen conocido, sin su 'involuntaria' intervención.
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